El alegato del hijo mayor
El caso es que el hijo mayor manifiesta su
inconformidad con el comportamiento de su padre, en relación al hijo menor, y
no quiere entrar a la fiesta. No quiere sumarse en la celebración. Y, entonces,
le habla al padre en forma de reproche al marcar distancia, poniendo las cosas
en su justo lugar. Le dice, en forma de reproche “ese hijo tuyo”. Como diciendo: “ese si es hijo tuyo; yo no”; “ese
es tu consentido”. Suena a reproche. Yo no cuento para ti. Y aquí, aparece en
otra forma la misma expresión que Caín usa cuando Dios le pregunta por Abel,
según Génesis 4, 8-9: “Caín, dijo a su
hermano Abel: «Vamos fuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra
su hermano Abel y lo mató. Yahvé dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel?
Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?”. Se marca la distancia en ambos casos. Porque en
ambos casos se trata, igualmente, de progenitura, como de preferencias. Tal
vez, la preferencia determinaba la progenitura. Y en ambos casos, se veía una
injusticia.
La experiencia bíblica del guardar distancia para
hacer la diferencia también se da en el caso de Adán y Eva, cuando después de
haber comido del árbol del bien y del mal, Adán se desmarca de Eva y le dice a
Dios: “La mujer que me diste por
compañera me dio del árbol y comí.”
(Gen. 3,9). Ese distanciamiento se repite en la parábola del hijo pródigo.
El
reclamo del hijo mayor:
El reproche del hijo mayor puede verse también como
una bofetada, no en sentido literal, por supuesto, sino como ofensa o reclamo
al propio padre. Podría verse también como si le estuviera diciendo: ese hijo
tuyo, que es muy distinto a mí, y que es mala conducta, es así, porque tú lo
malcriaste. Por eso es así. Por eso actúa así. Tú eres el culpable. Y podría
verse un reclamo y un recordatorio, según se dijo, que podría ser la máxima del
libro del Eclesiástico (30, 7-13), al recordarle la sentencia: “Caballo no domado, sale indócil, hijo consentido,
sale libertino. Halaga a tu hijo, y te dará sorpresas; juega con él, y te
traerá pesares. No rías con él, para no llorar y acabar rechinando de dientes”.
Esa posibilidad comprometía más al padre. Porque, o lo
recibía, o no lo recibía. Si no lo recibía, tenía que denunciarlo, según la
ley. Y lo amaba, por sobre todo. Consentido o no, era su hijo, el menor. Era
mejor recibirlo. Volvía a ganar el hijo menor. Y volvía a perder-ganando el
padre. Y con ello, vuelve un opuesto, de lo que es muy común en las Sagradas
Escrituras.
Si el padre no lo recibía tenía que denunciarlo. Eso
significaría la muerte del hijo y el reconocimiento por parte del padre de
haberlo mal criado. Una doble afrenta para el padre. Un doble dolor, entre
ellos el fracaso como padre. Era mejor recibirlo. Era mejor hacer una fiesta
por su regreso. O sea, era mejor hacer como si el hijo se había ido de viaje
sin haber dado problemas en la casa, y hacer fiesta porque había regresado. Así
todo quedaba arreglado. Recibe al hijo y queda bien con la sociedad, porque, de
lo contrario tiene que reconocer que su hijo menor es mala conducta y mala
cabeza. Vuelve el hijo menor a sacar ventaja y vuelve a salir airoso y con las
suyas. Inteligente y astuto, sin duda, el muchacho menor. Mucho. Y lo coronan
con anillo y sandalias nuevas, para colmos de la contradicción. Como diciendo, para remates de males, en la ironía que
ya contiene la viveza y la astucia del hijo menor, en detrimento del derecho
burlado del hermano mayor. Como para sacarle en cara al hermano mayor que era
clara la burla. Y descarada. Triste y cruel para el hermano mayor.
Restauración de las cosas:
Un
nuevo elemento aparece en el final de la parábola, que es muy bonito y útil de
resaltar, a pesar de toda las contrariedades para el hermano mayor. Es el hecho
de la afirmación y confirmación del papá hacia el hijo mayor, al decirle: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo
mío es tuyo”. Con esa afirmación podría considerarse dos cosas: por un
lado, que el hijo mayor no haga problemas, porque, si es por la progenitura, él
la tiene segura por ser el hijo mayor. Muy bonita confirmación que debería
darle mucha seguridad al hijo mayor. Por otra parte, podría considerarse la
idea de que ya la herencia está repartida. Es decir, ya el hijo menor se llevó
lo suyo; y lo que queda es todo del hijo mayor, porque la herencia había sido
repartida cuando el menor había hecho la petición. Había repartido la herencia.
A cada uno le había dado lo que correspondía. Y lo que quedaba era del hijo
mayor. ¿Dónde estaba el problema que el hermano mayor estaba haciendo,
entonces, podría estar diciéndole esas cosas al papá? Como diciéndole: “No seas
tontito, muchacho…. Quédate tranquilo, que todo lo tuyo está seguro”. Además,
sería una petición por parte del padre al hijo mayor de que comprendiera el
aprieto en que se hallaba él como padre, pues no podría denunciar a su hijo
menor.
Esa
parte de la parábola es muy tierna y consoladora para el muchacho mayor. Y aquí
vuelve a aparecer el personaje de Job, que al final es restituido en todo.
Bonito. Hermoso ese descubrimiento implícito de la parábola del hijo pródigo.
Entonces, tiene estrecha relación esta parábola con el libro de Job. No se
puede negar. Esta confirmación de esa conexión entre Job y el hijo mayor nos
entusiasma, porque se estaba presentando esa relación con mucha timidez y
temor. Pero no se puede negar que están en la misma conexión. Para alegría en
este estudio y análisis.
El recordatorio del Padre:
Viene
la parte final de la parábola. El hermano mayor coloca las cosas en el orden
que tenían que estar. Entre “ese hijo
tuyo” y él, el hermano mayor, hay una gran diferencia. Por eso marca la
distancia. La hay. Entonces, aparece el padre, que ya le ha pedido que “por
favor, que entienda que la cosa es muy complicada”, que seda, que acepte al
hermano. Por eso le dice: “porque este
hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”.
En esa afirmación del papá, hay ya una petición doble. “Si lo aceptas y lo
recibes como tu hermano, me haces un favor a mí”, casi pareciera que le
estuviera diciendo. Porque si no lo acepta, hay que explicar que no se fue de
viaje de buena manera, sino que era mala conducta; y, entonces, por
consecuencia legal, también el padre va a tener que dar cuentas a la justicia
de los ancianos del pueblo. Todo dependía del hermano mayor.
El padre depende de la decisión del hijo mayor:
Ahora,
las cosas cambian de perspectiva y de enfoque. Ahora, es el hermano mayor el
bueno. Y al decir el bueno, es en todo el sentido de la palabra, aun cuando la
primera idea que nos hacemos del hermano mayor es que es egoísta. Pero no. Es
el bueno. Por eso “su padre salió e
intentaba persuadirlo”, dice la parábola. Ahora bien, ¿A persuadirlo de
qué; a convencerlo de qué; a hablar de qué; a pactar qué? Es el colmo. Además
de todo lo que se la ha hecho en su perjuicio… Pero, en algo tiene el padre las
de perder en esa situación, respecto al hijo mayor. Esto hace ver al padre
doblemente comprometido, como se hallaba Dios frente a Job, en su no
explicación de por qué lo había puesto en la situación que lo tenía, si Job,
era en todo un hombre ejemplar. No está malo ser bueno. Aquí hay que
reconsiderar la postura que asumimos frente al hijo mayor, que siempre ha
tenido las de perder, frente a la astucia y viveza del hijo menor. Siempre
hemos mirado como egoísta al hermano mayor. ¿En verdad, lo era? ¿Dónde está el
mal de ser bueno, y el hijo mayor era bueno y fiel, con todo y todo? Igual que
en el caso de Job… ¿Dónde está su mal, en la fidelidad? ¿No es, acaso, la
fidelidad referida a la relación pueblo escogido-Yahvé; y no era fiel, acaso,
Job en su situación, como fiel el hijo mayor de la parábola? ¿Dónde está el mal
que se le atribuye al hijo mayor?
El jardín del Edén:
En
esta última parte de la parábola del hijo pródigo hay una reminiscencia bíblico-teológica
que es necesario resaltar. Al padre decirle al hijo mayor “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo”, hay
implícitamente una conexión con la experiencia del Jardín del Edén, en donde a
Adán y a Eva les estaba permitido todo (cfr. Génesis 2, 7-10, 15-17), pero
donde existía el recordatorio del árbol prohibido, del que no deberían comer. En
este punto de la parábola el padre está haciéndole al hijo un recordatorio, que
es teológico: Cuidado, no pases el
límite. Cuidado hijo. Todo te está permitido. Eres el dueño, pero párate.
Frénate. Eres libre, sin embargo. Por eso, “su padre salió e intentaba persuadirlo”. Y se está repitiendo
teológicamente la experiencia bíblica del Jardín del Edén y la experiencia del
pecado. A este punto, el hijo mayor estaba en toda la frontera, entre el
recordatorio del árbol prohibido y su libertad de escoger. Momento sublime es
este el de la parábola. Si es bonito y enternecedor el recibimiento y el abrazo
del padre y del hijo menor en el regreso; es sublime el momento del encuentro
del padre con el hijo mayor. Por eso dice la parábola que “su padre salió e intentaba persuadirlo”. Ahora le correspondía al
hijo mayor decidir. Es entonces, cuando en este momento de la parábola debe
irrumpir, pero tipo fanfarria repetitivamente, nada más, la sonata in fuga de
Joan Sebastian Bach, o el aleluya de Händel (en el caso de dárnosla de finos y
cultos, porque podría un redoblar de tambores y de maracas), porque es el
momento culmen y de éxtasis de la parábola del hijo pródigo. Y es para llorar,
para enmudecer, porque hemos llegado a lo máximo, como si fuese una pieza
musical de esos clásicos que posee la humanidad como patrimonio cultural.
Porque es un patrimonio cultural también la parábola del hijo pródigo; es
decir, le corresponde a todas las culturas y civilizaciones de todos los
tiempos. Por eso es patrimonio.
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