Victima de una injusticia
Se
complica la parábola. Pero nos abre nuevos horizontes. Pareciera que
prevalecieran las contradicciones, tanto en el caso de Caín y Abel, como en el
caso del hijo mayor y el hermano menor, en relación a la preferencia del padre.
Es evidente que no encuadran con lo debe ser lógico en el orden de las cosas.
Esta puede ser la gran sorpresa del contenido de la parábola del hijo pródigo,
sobre todo, teniendo en cuenta que el único evangelista que cuenta esta
parábola es San Lucas. Y conociendo la temática de este autor no es de extrañar
su rica y entrelazada relación compendiada con todo el Antiguo Testamento. De
hecho, es propio del evangelio de San Lucas encontrar compendios comprensivos
del Antiguo Testamento colocados como continuación en su temática cristológica.
Así, encontramos en el evangelio de San Lucas, en el caso de la Virgen María , por citar uno,
una estrecha conexión con los textos del Antiguo Testamento (cfr. 1 Sam. 2,
1-10), que en la temática de San Lucas es continuación y prolongación[1].
La justicia-injusticia: mayor complicación:
Es,
en todo caso, desconcertante el rompimiento de toda lógica humana el
procedimiento de Dios, en el caso de sus preferencias. Ya queda pautado así
desde un comienzo con la historia (o cuento teológico) de Caín y Abel, y la
preferencia de Dios. Pareciera que se confirmara con la aplicación profunda de
la parábola del hijo pródigo. Y hasta se pudiera encontrar alguna conexión con
el libro de Job, al relacionar a Job con el hermano mayor, en una injusticia a
todas vista más que clara, por lo menos considerada por el propio hermano
mayor. Si es así, es, entonces, una sorpresa maravillosa lo que contiene esta
parábola. Entonces, el tema principal de la parábola del hijo pródigo es la
contradicción de Dios, según los parámetros humanos. Porque se rompe toda
lógica. El hermano mayor, como victima y afectado en sus patrones de
comportamiento, no es otra cosa que el mismo Job, a quien le cometen una gran
injusticia. Y esto es un misterio que no tiene respuesta ni explicación. De
allí, que como recurso literario, se busque personificar en forma de cuento en
el caso de Job, y en forma de parábola en el hermano mayor de la parábola del
hijo pródigo, para buscar explicación a lo que como injusticia no tiene sentido
desde cualquier explicación humana, sino como “MISTERIO”.
Sorpresa
de sorpresas. Ahora se podría entender lo que dice el libro del Eclesiástico
39, 1-4, cuando dice que las parábolas son enigmas[2], y
que hay que intentar penetrar en ellos. Y esta parábola es más que un enigma.
Es un hechizo que envuelve y subyuga al comprender (el primer elemento de la
aplicación del método judío de oración: Jojmá: intuición, o sabiduría) lo que
se está comprendiendo (el segundo paso del método judío: Biná: entendimiento),
para quedarnos cada vez más sorprendidos (el tercer paso del método judío del
dáat: dáat, propiamente)[3].
Desde nuestro análisis, ciertamente, esto es un descubrimiento y una
maravillosa sorpresa. Además, se trata de oír
y no oír, de ver y no ver, por eso el significado profundo de las
parábolas, como responde Jesús a sus apóstoles de por qué hablaba en parábolas,
según el mismo San Lucas 8, 10 y sus paralelos, aplicándose una vez más un
opuesto, como patrón de interpretación (oír-no
oír; ver-no ver).
Pero,
volvamos en lo que íbamos.
Víctima de intereses de familia:
Por
otra parte, por ser el hijo mayor gozaba de la progenitura. Pero no por eso era
una garantía, porque la podía perder, como en el caso de Jacob y Esaú (cfr. Gen.
27). Y este nuevo elemento vuelve a colocarnos en un hallazgo que nos hace ver
la parábola del hijo pródigo con más respeto y admiración. Precisamente, porque
hay muchos elementos implícitos y fascinantes. Es, entonces, cuando comienza a
aparecer un personaje no nombrado para nada en la parábola, y que es posible su
existencia, desde estas nuevas perspectivas. Es el puesto de la mujer o de las
mujeres del padre de los dos hijos de la parábola del hijo pródigo. Porque, no
es de descartarse la posibilidad de que hayan sido hijos en diferentes madres,
como en el caso de Abraham-Agar-Sara, e Ismael-Isaac (cfr. Gn. 16). Eso es
posible. Pero en el caso de que no haya sido así, sino que ambos hayan sido de
una misma madre, no podemos pasar por alto la experiencia de la usurpación de
la progenitura en el caso de Esaú, a quien le fue robada por parte de Jacob,
con total y absoluta complicidad y obra de la madre, Rebeca.
¿Y,
si en el caso de la parábola del hijo pródigo, la madre se confabularía a favor
del hijo menor, en desventaja hacia el hijo mayor? Esa posibilidad abre mucho
camino. Y ayuda a comprender un poco al hermano mayor. No tanto porque el hijo
menor le hubiese usurpado la progenitura al hermano mayor, sino porque el menor
se hubiese adelantado para sacar ventaja, como ventaja había sacado Jacob en la
historia de la bendición de Isaac a Esaú, como iniciativa y obra de Rebeca (cfr.
Gn. 16:1-4, 15).
La injusticia, tema recurrente en la Biblia :
Se
complican las cosas.
Pero abren horizontes para comprender, tal vez, un
poco al hermano mayor. Tal vez, el hijo mayor debería pasar de ser juzgado como
egoísta, a ser visto, más bien, como victima de las circunstancias. Y ¿qué
relación habrá de fondo con el libro de Job, en donde el personaje también es
victima de una injusticia? Job reclama su derecho. También lo hace el hijo
mayor de la parábola. Las cosas no estaban claras, según Job. Tampoco para el
hijo mayor. Y eso que ambos eran modelos y ejemplos. ¿No estará latente la
misma idea en ambos casos? Pareciera que si.
Un detalle que hace la diferencia con el recibimiento
del hijo menor, por parte del padre en relación al hijo mayor es, que sucede un
diálogo entre el hijo mayor y el padre. Cosa que no se da con el hijo menor.
Allá se da el recibimiento, y no hay palabras para el hijo menor, sino la orden
para que le pongan el anillo y lo vistan bien (cfr. Lc. 15, 22-23). Mientras
que con el hijo mayor hay un diálogo y un gesto (cfr. Lc. 15, 31). El diálogo
es para que el hijo mayor reconsidere su postura; esas son las palabras. Y el
gesto, es la espera por la respuesta. No sucede igual con el hijo menor. Sólo
el gesto de amor, sin palabras. Como con el hijo mayor, en el diálogo, igual
sucede con Job: hay un diálogo y una espera, a pesar de que Job no es
reconocido en la injusticia que se le estaba cometiendo por parte de Dios, en
la apuesta de Dios con el Satán (cfr. Jb. 1, 6ss; Daniel Albarrán, Los zapatos de Job), y en la que Job
reclama, igualmente, su derecho; y por el contrario, Dios apabulla a Job con la
muestra de su poderío (cfr. Jb. 42, 1-6). Ante esa realidad, Job reconoce y
descubre, al mismo tiempo, que no conocía
a Dios, sino de oídas, y no lo han
visto sus ojos, como para comprender que Dios nunca va a reconocer que se
está cometiendo con su situación una gran injusticia, fruto de una apuesta; en
donde ninguno de los apostadores reconoce, ni haber ganado, ni haber perdido;
ni siquiera de tener otra reunión para deshacer o por dar por terminada la
apuesta (cfr. Jb 1, 6ss).
Otro detalle en cuanto al hijo mayor, es que cuando
comienza la parábola a hablar propiamente de él, dice que “estaba en el campo” (cfr. Lc. 15, 25).
A
este punto de nuestro avance, surgen muchas preguntas y cuestionamientos, como:
¿Será lo de que la misericordia de Dios, en el caso del padre de los dos
muchachos, es un misterio? ¿Será que se sigue la idea en la parábola de la
aparente injusticia de Dios, como en el caso de Caín y Abel, en cuanto a lo de
la preferencia del sacrificio que estos hacían? Una cosa queda clara: la
astucia. En el caso de Esaú y de Jacob, con la ayuda de Rebeca, la madre.
¿Habrá alguna relación con la exclusión del hijo mayor de Abraham en la
esclava, en el caso de Ismael e Isaac, en donde la madre de Isaac expulsa a la
madre de Ismael? (cfr. Gn. 16:1-4, 15). También queda claro la astucia del hijo
menor, respecto a la manipulación del padre. Además, el tema de la astucia es
un tema presente en toda la
Biblia ; y sobre esa astucia se basa toda la historia del
pueblo de Israel. Véase, por ejemplo, la historia de Abraham que hace pasar a
su mujer como su hermana ante el Faraón (cfr. Gn. 12, 10-20), para sacar
ventajas; el caso del nacimiento de Esaú y de Jacob, en el que Jacob agarraba
el talón de Esaú (cfr. Gn. 25, 24-28); la venta de la progenitura de Esaú por
un guiso (cfr. Gn. 25, 29-34); la usurpación de la progenitura por parte de
Jacob (cfr. Gn. 27); etc. Además, el mismo Jesús en algunas de las parábolas
exalta la astucia y la viveza, como en el caso de la misma parábola del hijo
pródigo, o en la parábola del administrador astuto (cfr. Lc. 16, 1-13). Por
otro lado, hay otra gran injusticia en el caso de María la Virgen en la anunciación,
en relación a la objeción en la comparación con el padre de Juan el Bautista;
en ambos casos hay una objeción, y en uno se es benevolente, y en el otro se
recibe un castigo, al quedarse mudo (cfr. Lc. 1, 5-38).
¿No
se dará esa misma experiencia en Jesús, en el caso del grito en la cruz? ¿No
será la misma experiencia del hermano-hijo mayor de la parábola del hijo
pródigo, que a su vez, pareciera ser la misma experiencia de Job, con la de
Jesús en la cruz; en donde la injusticia de Dios es, justamente, su propia
justicia, que es “misericordia”, que
supera toda dimensión de comprensión humana; y todo ello oculto y dicho en esa
maravillosa parábola, en donde pareciera que hay conexión del hijo mayor con la
experiencia de la cruz de Jesús?
[1] Véase, por ejemplo la continuidad de Salmos 2, 18; Isaías 61, 10; Levítico 18, 3; Salmos 18,
3;; Isaías 40, 29; Salmos 113, 9; Isaías 54, 1; 2 Reyes 5, 7; Deuteronomio 32,
39; Sabiduría 16, 13; Tobías 131, 2; Job 9, 6; 38, 6; Salmos 98, 9
[2] “el que consagra
su vida a reflexionar sobre la Ley
del Altísimo… busca la sabiduría de todos los antiguos y dedica su tiempo a
estudiar las profecías; conserva los dichos de los hombres famosos y penetra en las sutilezas de las parábolas;
indaga el sentido oculto de los proverbios y estudia sin cesar las sentencias
enigmáticas. Presta servicio entre los grandes y se lo ve en la presencia
de los jefes; viaja por países extranjero, porque conoce por experiencia lo
bueno y lo malo de los hombres” (Eclesiástico 39, 1-4; las negrillas son
mías). Véase también Salm. 78, 2.
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