El regreso
Lo demás se da por sí sólo: “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando
a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”.
Por
lo visto, las cosas salieron mejor de lo que se esperaba. Fiesta y todo por el
regreso.
Un
último detalle del regreso a la casa, es que el muchacho no hizo completa la confesión
de “arrepentimiento” al papá, al regreso. La parábola dice que el muchacho
cuando recapacitó y se dio cuenta de la diferencia suya con la de los empleados
de su casa, y que era el hambre, porque esa fue la comparación… el muchacho se
hizo esta reflexión para decírsela al papa: “Padre,
he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo:
trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se dan tres elementos interesantes en esa
reconsideración de la idea del regreso. Por un lado, había un reconocimiento de
haberse equivocado: “Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti”.
Por otra parte, él mismo se imponía una condición, o
una especie de castigo: “ya no merezco
llamarme hijo tuyo”.
Y por último, pone distancia, o quiere ponerla, en el
momento en que se preparó el discurso: “trátame
como a uno de tus jornaleros”.
Pero cuando el papá sale, y le da el abrazo y los
besos, como que se dio cuenta, que era mejor omitir esa otra parte del discurso
que se había preparado.
Esa condición de distancia estaba de más, y no hacía
falta. Y, entonces, lo único que le dijo al papa, fue: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme
hijo tuyo”. Lo de ir a ocupar el puesto como un empleado o jornalero, en
ese momento, ya no le era atractivo. Volvía a estar seguro de su punto fuerte,
y que, a su vez, era el punto débil del papá: estaba seguro de que lo amaba. Y
hasta se podría decir que volvía a aprovecharse.
Todo
le salía bien al hijo menor. Sin duda.
¿En
cuanto a lo del reconocimiento del hijo de haberse equivocado en “Padre, he pecado contra el cielo y contra
ti”, no habrá implícitamente una relación con el dato teológico de Adán y
Eva, en el libro del Génesis, en donde Adán no reconoce nada, sino que, por el
contrario le echa la culpa a Eva, y Eva, a su vez, a la serpiente… y en donde,
en definitiva la culpa es de Dios, que creó todo?
Sin duda que hay alguna relación y referencia a esos
datos teológicos, pues no debemos olvidar que toda la Biblia hay que leerla en
sentido de Escritura; es decir, en un sentido global y de unidad (cfr. Joseph
Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de
Nazaret, pp. 15, 243-252; Juan Pablo II, Discurso de su santidad el papa Juan Pablo II sobre la interpretación
de la Biblia
en la Iglesia ,
Roma, 23 de abril de 1993. Acta Apostolicae Sedis LXXI, Roma, 1979; Pontificia
Comisión Bíblica, La Interpretación de la Biblia en la Iglesia , Roma, 15 de abril de 1993).
El hijo menor asume su error, y lo reconoce. Adán y
Eva lo evaden y echan culpas a otros (cfr. San Agustín, La ciudad de Dios; también el
libro La culpa es de la vaca).
Estos datos son, realmente, interesantes. Muy distinto
hubiera sido si el hijo menor comienza a defenderse. Pero en los rasgos de su
personalidad no cabe esa característica, pues dijimos que el muchacho era echao
pa’lante y decidido.
Otro detalle útil de resaltar es, que el padre no le
dice nada al muchacho, ni en reproche, ni en recibimiento. Por supuesto, que el
abrazo y los besos lo dicen todo. Pero, en todo caso, solo hay ese detalle como
gesto, y no como palabra; a diferencia con el hijo mayor. Y aquí podría estar
un elemento subyacente en toda la parábola.
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