viernes, 23 de diciembre de 2016


Hijo, tú siempre estás conmigo,
y todo lo mío es tuyo…
(Lc. 15, 31)

Retiro Espiritual de sacerdotes, Caripe del Guácharo
(15-19 de noviembre de 2010)



P. Daniel Albarrán
(Facilitador y Director del Retiro)


Precisión del método y del estilo de este retiro


Para comenzar nuestros días de retiros, vamos a precisar el camino que vamos a andar, con la asistencia del Espíritu Santo, que nos ha de conducir, según se puede parafrasear del evangelio de San Lucas cuando dice que Jesús fue al desierto después del bautismo en el Jordan. Dice el evangelista que Jesús “era conducido por el Espíritu en el desierto” (cfr. Lucas 4, 1-14). Esa afirmación de Lucas implica la asistencia trinitaria. Va al desierto, pero conducido.
También nosotros. Vamos al retiro con la certeza de estar conducidos. Eso nos evitará cualquier posibilidad de sucumbir ante las penurias que nos vengan en el desierto. Y tomemos como parecido a desierto, como lugar solitario y lejos de la civilización y de nuestros mundos cotidianos, el lugar del retiro espiritual de este año (Caripe del Guácharo). Y como experiencia de “conducido”, el hecho de no hacer una separación de nuestra realidad sacerdotal, en comunión con la Iglesia de todos los tiempos, al cumplir el mandato canónico de realizar retiro espiritual una vez al año (cfr. Canon 276, # 4). Y ya eso, nos da la certeza de la sumisión, y la experiencia de cumplir lo que nos corresponde, en total y absoluta obediencia. Eso nos asegura la “conducción del espíritu en el desierto”; y más aún, de estar “lleno de Espíritu Santo”, como en el caso de Jesús (cfr. Lc. 4, 1), para cumplir el mandato del Padre, en el caso de Jesús, en y con el Espíritu; y por el mandato de la Iglesia, en el caso nuestro, también asistidos por el Espíritu, que es al fin y al cabo obra suya, que no es otra cosa que la misma de la Iglesia.
Eso por una parte.



El objetivo:


Por la otra, vamos a precisar el objetivo de lo que vamos a hacer “en el desierto”. San Mateo precisa que “para ser tentado por el diablo” (Mt. 4,1), en el caso de Jesús. En nuestro caso, no tanto para semejante reto y compromiso, sino porque es preciso que según Tradición de la Iglesia, volvamos a tomar conciencia de que hemos sido llamados y enviados (cfr. todo el capítulo 15 del evangelio de San Juan). Y esto nos precisa el objetivo. Es decir, para volver a hacer contacto con la misión a la que hemos estado siempre vinculados. La tentación podría presentarse en el caso de que se nos olvide que no es nuestra, ni mucho menos, la misión y tarea, sino que es de otro, de quien es la iniciativa. Y si por debilidad nuestra hayamos invertido el orden, al colocar como nuestro lo que no es, y nos hayamos aferrado a esa pretensión; entonces, podamos recapacitar y comprender que el núcleo de toda tentación es apartar a Dios para que pase a ser secundario, o incluso superfluo y molesto, poniendo orden en nuestro mundo por nosotros solos, sin Dios (cfr. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret, Primera parte, desde el Bautismo a la Transfiguración, Editorial Planeta, Bogotá, 2007, p. 52).
Ese es el objetivo de nuestro retiro espiritual, por lo menos en este año. Colocar en orden las cosas, y poner en claro otra vez, como siempre ha de ser el objetivo de todos los retiros, “y poner las cosas en su santo lugar”, como se decía cuando de niño se jugaba en nuestras canciones infantiles, pero por muy ciertas para nuestra tarea de siempre.

Posible tentación:


El diablo muestra ser un gran conocedor de las Escrituras, sabe citar el Salmo con exactitud; todo el diálogo de la segunda tentación aparece formalmente como un debate entre dos expertos de las Escrituras: el diablo se presenta como teólogo, añade Joachim Gnilka. El diablo cita el Salmo 91: «Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra» (Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret, pp. 59-60).
Ya tenemos precisado el objetivo.
Ahora vamos a precisar el método.

El método:


1) Aplicaremos el método de la relación; es decir, de un punto pasaremos al siguiente en la búsqueda y del encuentro, pero con un objetivo claro, por supuesto (la riqueza de la parábola del hijo pródigo en relación de sentido unitario de la Revelación).
2) Procuraremos partir de cero y en ascendente. Paso a paso en conexión relacional (dialéctica, de menos a más). Será el método de encontrar-encontrando (o de aprender-aprendiendo). O sea, la aplicación de la sorpresa. Aquí haremos uso del recurso intuitivo de la insinuación de poeta, que vibra y descubre que todo es un sacramento, porque todo le habla de algo más allá de lo que se ve a simple vista (cfr. Hermann Hesse, El diario de Badem; El artista y el bien común, en Carta del santo padre Juan Pablo II a los artistas, Vaticano, 4 de abril de 1999, Pascua de Resurrección).
3) Esto requerirá mucha humildad de parte de todos. Sobre todo, porque se tratará de aplicar el método de la mayéutica (hacer parir la mente, según Sócrates: “yo sólo sé, que no sé nada”), para lo que haremos y aplicaremos el método de la pregunta (cfr. Hans Dieter Bastian, Teología de la pregunta), y nos soportaremos en la duda metódica (Renato Descartes: “pienso, luego existo”). Esto nos llevará a aprender y a descubrir cosas nuevas. Para eso la humildad, porque nos va a exigir el renunciar a lo que ya sabemos de antemano, para disponernos a la apertura. Ese va a ser nuestro recorrido.
Proponemos el método y la modalidad judía de oración y meditación: el dáat (sabiduría (o intuición), entendimiento y comprensión: jojmá-dáat-biná), hasta con su movimiento cadencioso con todo el cuerpo (Salm 35, 10: “Todos mis huesos dirán: “Oh, el eterno, ¿quién como Tú…”). O lo que es lo mismo de “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4; cfr. Mt. 22, 37; Lc. 10, 27).

El tema:

Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo…” (Lc. 15, 31), tomado de la parábola del hijo pródigo.

            Con toda su aplicación de sentido unitario de la Escritura, donde Jesucristo, la Revelación del Padre, es el centro, y al que va todo el Antiguo y el Nuevo Testamentos.
Cada vez que tratamos la parábola del hijo pródigo, no deja nunca de conmovernos, y cada vez que la escuchamos o la leemos tiene la capacidad de sugerirnos significados siempre nuevos (cfr. Ángelus del Papa Benedicto XVI, Plaza de San Pedro, domingo 14 de marzo de 2010, IV domingo de Cuaresma).

Pasos:


1.      Una mirada a la parábola del hijo pródigo (San Lucas 15, 1-3. 11-32).
2.      Estudio comparativo de los personajes de la parábola.
3.      Aplicaciones y enriquecimientos.

Propósito:

           
            1) Hacer “Teología Bíblica” (cfr. Optatam totius, 16), teniendo como única fuente las Sagradas Escrituras, especialmente el evangelio de San Lucas.
            2) Hacer teología; y desde ahí, hacer espiritualidad. Ya que no se puede hacer auténtica espiritualidad, si antes no se tiene y se hace una buena teología. De hecho, la espiritualidad verdadera es pura teología, pero con la especificidad de que tiene que ser bíblica; es decir, desde la Biblia y con sentido de fe, que es la base de todo (cfr. Dei Verbum, Presbyterorum ordinis, Sacrosanctum concilium, etc.; véase la bibliografía).


Metodología:



A través de las ponencias: dos en las mañanas, y una en la tarde. Y con la ayuda de material audiovisual, además del material escrito que todos tendrán como apoyo.

La parábola del hijo pródigo


            Existen pasajes de los Evangelios que nos sorprenden por su riqueza, tanto de imágenes, como de lecciones. El pasaje de la parábola del hijo pródigo es uno de ellos. Además, es en la parábola del hijo pródigo en donde se manifiesta de manera más precisa y clara la misericordia, y donde está como en resumen el mensaje de Jesús. Sin descartar, por supuesto, las Bienaventuranzas, las otras dos parábolas de mayor peso, en ese sentido, son la historia del buen samaritano, y el relato del rico epulón y el pobre Lázaro, según la mentalidad de San Lucas.
            Vamos a intentar adentrarnos en la parábola del “hijo pródigo”.
            Dejémonos invadir de todas las sorpresas. Busquemos todos los recovecos que nos permita la osadía de estar inquietos, y veamos por qué caminos nos puede llevar.
           Lo primero que tenemos que hacer, ciertamente, es colocar el texto que vamos a estudiar. Dice:

Jesús les dijo esta parábola: - «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo."Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mi nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."»(San Lucas 15, 1-3. 11-32).

Impresiones y notas de la parábola (todas las posibles en lluvia de ideas).

Justificación de este intento:

“El que consagra su vida a reflexionar sobre la Ley del Altísimo… busca la sabiduría de todos los antiguos y dedica su tiempo a estudiar las profecías; conserva los dichos de los hombres famosos y penetra en las sutilezas de las parábolas; indaga el sentido oculto de los proverbios y estudia sin cesar las sentencias enigmáticas. Presta servicio entre los grandes y se lo ve en la presencia de los jefes; viaja por países extranjero, porque conoce por experiencia lo bueno y lo malo de los hombres” (Eclesiástico 39, 1-4; el negrillas es mío).
Eso intentaremos:

“PENETRAR en las sutilezas de las parábolas; INDAGAR el sentido oculto de los proverbios y ESTUDIAR sin cesar las sentencias enigmáticas”.

Además, se trata de oír-no oír, y de ver-no ver, que es el sentido y el misterio de las parábolas según el mismo Jesús (cfr. San Lucas 8, 10).

Repetimos lo que se dijo:


Cada vez que tratamos la parábola del hijo pródigo, no deja nunca de conmovernos, y cada vez que la escuchamos o la leemos tiene la capacidad de sugerirnos significados siempre nuevos (cfr. Ángelus del Papa Benedicto XVI, Plaza de San Pedro, domingo 14 de marzo de 2010, IV domingo de Cuaresma).

Personajes de la parábola del hijo pródigo


            Son cuatro los personajes activos en la parábola: el padre de los dos muchachos, el hijo menor, el hijo mayor; y el mozo, a quien el hijo mayor le pregunta, cuando regresa del campo y oye la fiesta.
            Hay otros personajes implícitos, por lo menos dos o tres grupos: los amigos con quienes el hijo menor despilfarró su herencia, por un lado. Por otro, “con prostitutas” (Lc. 15,30), en quienes gastó la herencia, según lo dice el hijo mayor. Hay que sumar también al dueño de los puercos, donde fue a trabajar el hijo menor. Deberíamos contar también a los puercos, por supuesto.
            Existe otro personaje implícito, y no nombrado para nada, pero que se supone en la parábola; es la madre de los dos muchachos, y la esposa del hombre que tenía los dos hijos. Para nada se le nombra, pero es de suponer que juega un papel, aunque sea sumiso.

Actitud de cada uno de los personajes de la parábola del hijo pródigo:


            Cada uno de los personajes, ya sea de manera individual, ya de manera grupal, tiene un comportamiento en esta parábola.

La actitud del padre:


            El padre de los dos hijos, tiene varias actitudes: la primera es la de ser sumiso y obediente a la voluntad y decisión del hijo menor. No contradice para nada la iniciativa del hijo menor. Le respeta su decisión. Por el contrario, accede a su petición, al repartir de hecho la herencia. También le respeta su decisión de irse, con herencia y todo.
            La otra actitud del padre es activa, ya que, según se desprende de la parábola, estaba pendiente del regreso de su hijo. Lo dice el texto: “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió” (Lc. 15, 20). Lo que podría pensarse que el padre estaba pendiente todos los días esperando si veía venir al hijo de regreso. Actitud activa y pasiva al mismo tiempo. Porque al estar pendiente, lo hacía estar activo y ansioso; pero, pasiva, porque esperaba que la iniciativa, igualmente, de regresar la tomara el mismo hijo, que, así, como se fue; así, regrese, pero por iniciativa suya, en ambos casos. Y aquí, se podría encontrar un opuesto: lo que quería el padre, por un lado; pero, lo que respetaba, por otro, independientemente de lo que le hubiese gustado. Bonito ese detalle de los opuestos, en el padre del hijo menor.
            Y esa actitud pasivamente-activa del padre hace que la parábola sea muy enternecedora, por lo menos, en esa primera parte. Quiere una cosa, pero respeta. No impone. Deja hacer. Pero espera que las cosas se den por si solas, sin forzarlas. Pareciera que su amor de padre así lo hace sufrir y respetar, al mismo tiempo. Tal vez.
            Pero, antes de avanzar en la actitud del padre, quedémonos un tiempo en esta parte de la parábola. Preguntemos a la misma Biblia y a la costumbre del pueblo de Israel para descubrir qué elementos habrían de ser de utilidad para comprender estos elementos evidentes en la parábola, pero ocultos de manera inmediata para nuestros ojos, pero subyacente en la historia del pueblo de Israel, y que se comprende desde esa visión de su historia.
            Así, preguntémonos la edad del hijo menor, y de por qué le pide a su padre lo que le corresponde de la herencia. ¿Por qué esa exigencia del hijo; y por qué esa sumisión del padre? ¿Qué le favorecía al hijo, para actuar así; y que le obligaba al padre para acceder a la petición del hijo? ¿El padre no podía negarse a la solicitud del hijo?
            En el caso del hijo menor, ¿podría vérsele como un hijo rebelde, al exigirle al padre la parte de la herencia, primero; y, después, por el hecho de marcharse? Si se le consideraría un hijo rebelde, el padre podría apelar a la ley que le permitía hacerse respetar.

La ley, respecto a un hijo rebelde:


Dice e libro de Deuteronomio (21, 18-21)[1], que:

Si un hombre tiene un hijo indócil y rebelde, que desobedece a su padre y a su madre, y no les hace caso cuando ellos lo reprenden, su padre y su madre lo presentarán ante los ancianos del lugar, en la puerta de la ciudad, y dirán a los ancianos: "Este hijo nuestro es indócil y rebelde; no quiere obedecernos, y es un libertino y un borracho". Entonces todos los habitantes de su ciudad lo matarán a pedradas. Así harás desaparecer el mal de entre ustedes, y todo Israel, cuando se entere, sentirá temor.

¿Sería este el caso, con el hijo menor de la parábola? ¿Sería por eso que el papá prefirió quedarse callado, porque de lo contrario, tendría que denunciarlo? Y denunciarlo, significaría la muerte de su hijo, según la ley. Tal vez, era mejor para el padre que se fuera.
Por lo que se desprende de la parábola, el hijo menor entraba en la clasificación de los denunciables, porque dice que “derrochó su fortuna viviendo perdidamente[2]” (Lc. 15, 13), según la parábola; es decir, que era “un libertino y un borracho”, según lo que determinaba el libro de Deuteronomio.
Por otro lado, el hijo podría haber salido indócil y rebelde (cfr. Deuteronomio 21, 18), como consecuencia de no haber aplicado las máximas en la educación, ya que según el libro del Eclesiástico (30, 7-13):

El que mima a su hijo, vendará sus heridas, a cada grito se le conmoverán sus entrañas. Caballo no domado, sale indócil, hijo consentido, sale libertino. Halaga a tu hijo, y te dará sorpresas; juega con él, y te traerá pesares. No rías con él, para no llorar y acabar rechinando de dientes. No le des libertad en su juventud, y no pases por alto sus errores. Doblega su cerviz mientras es joven, tunde sus costillas cuando es niño, no sea que, volviéndose indócil, te desobedezca, y sufras por él amargura de alma. Enseña a tu hijo y trabaja en él, para que no tropieces por su desvergüenza.

            Este elemento implícito en la parábola es realmente interesante. Sobre todo, por el silencio y la sumisión del padre, respecto a la solicitud del hijo. ¿No sería, más bien, un reproche para el padre, la actitud rebelde del hijo? ¿No estaría recogiendo la cosecha de la crianza de su hijo; y la rebeldía del hijo, no sería una evidencia de la mala crianza del padre? Esto es novedoso, por lo menos pareciera darnos un elemento para ilustrarnos mejor todo el contenido y su gran implicación de la parábola en cuestión.
            Si es así, entonces, la actitud del padre era doblemente activa, y de pasiva no tiene nada. Podría verse como pasiva porque se somete a la petición del hijo; pero, podría verse como terriblemente activa, al tener que ceder inevitablemente a la voluntad del hijo, porque si no, el resultado final tendría que ser la muerte del hijo. Pero, si estaba mal criado, no era por falta de amor. Ahí podría estar el lado débil del papá, que se confirma en el hecho de que deja que su hijo se vaya. Porque prefiere verlo irse, que verlo muerto. ¡Maravilloso! ¡Sorprendente! Prevalece el amor de padre, por sobre todo, podría decirse. Pero pareciera que el padre tiene una cierta debilidad, no tanto de amor, sino de flaqueza moral hacia el hijo, al que podría verse como mal-criado; y eso incumbe una responsabilidad.
            Entonces, era preferible que el hijo se fuera. Era mejor verlo partir. Eso explica la actitud aparentemente pasiva del padre, por un lado; y, por otro, la salida del hijo. Eso también explica el silencio del hermano mayor. Porque podría ser un reconocimiento implícito del comportamiento del hermano menor, que a todas estas, podría ser, como dice el libro de Deuteronomio, una desvergüenza para el padre.



[1] Véase también Proverbios 23, 22.
[2] Depende del año de la edición de la Biblia de Jerusalén, de la que estamos tomando el texto de la parábola, ya que según la edición del año 1975 dice que “malgastó su hacienda viviendo como un libertino”.

Algunos otros rasgos de personalidad del padre



            Señalemos algunas otras características del padre de la parábola del hijo pródigo:

No delega responsabilidades:


            El evangelio de San Lucas, apunta desde un comienzo en ese recurso literario, que el padre, una vez que el hijo menor le pidió la parte de la herencia que le correspondía, el padre “les repartió la herencia” (cfr. Lc. 15, 12). Ya en ese detalle hay una característica importante del padre: él mismo realiza la acción de la petición del hijo menor. No dice que el padre mandó que les repartiera la herencia. Pudo haber encargado a un criado o a un empleado. Pero, por lo que se desprende, lo hizo él mismo. ¿Por qué no delegó funciones en otro, pudiendo hacerlo; total, no era el dueño y el jefe? Ese elemento es necesario resaltarlo.
            Eso en el primer caso, en el mismo comienzo de la parábola.
            Porque esa misma característica se mantiene en todo el resto de la parábola. Así, cuando el evangelista dice que “estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente” (Lc. 15, 20). Fue el propio padre quien vio al hijo. De ahí se puede desprender que estaba atento y que estaba vigilante. Pero, no dice que había puesto un vigía o a un empleado para que estuviera pendiente de avisarle o que le trajera noticias de alguna posibilidad de regreso del hijo que se había marchado. Podía haberlo hecho. Pero no delegó esa tarea. La asume como suya. Eso en el caso de estar mirando por si regresaba. Era su tarea. Era su hijo.
            En ese gesto, ya está la misma característica del viejo: de no delegar, ni de crear embajadas, ni de que otro haga lo que él tiene que hacer, aun pudiendo crear esas estructuras de mando y de administración de su finca. Se reconfirma lo que ya es su característica. Dice el evangelista que “conmovido, corrió” hacia donde estaba y venía el hijo que se había ido, y de quien estaba pendiente por si regresaba (cfr. Lc. 15, 20); y ahora que regresa, sale a su encuentro. Pero sale con un objetivo claro. Ese objetivo es recibirlo como a su hijo, en expresión de padre desesperado y gozoso de su regreso. Y vuelve a resaltarse la misma característica, al decir que “se echó a su cuello y le besó efusivamente”. Tampoco delega, ni crea una comisión de bienvenida ni de recibimiento. Él mismo recibe, y él mismo es el jefe de protocolo. No crea intermediarios. Va directamente él mismo. No es necesario un formulismo ante la experiencia de la alegría del hijo que regresa, y que no se disimula que se estaba deseando que así fuese. Y manda a hacer fiesta. Ya en esa parte sí delega. Pero ya es un añadido que parte de su experiencia afectiva y de emociones, en contra de toda frialdad racional y del deber ser ante la ofensa del hijo, y el posible debilitamiento de la autoridad del padre, como jefe de familia. Eso no cuenta. Lo que cuenta es el afecto, y todo él, lleno de emociones[1].
            Vuelve a repetirse el sello de su personalidad en el resto de la parábola.
            Y, ahora, se trata de ir a conversar y a dialogar con el hijo mayor. Aquí tampoco crea comisiones, y podía hacerlo, porque podría alegarse que él estaba muy contento y muy ocupado en lo del recibimiento del hijo que había regresado. Las comisiones, como en el primer caso, hubiesen dilatado las cosas, además de crear distanciamientos. Entonces, se hubiesen creado más heridas. Eso daría ocasión a llevar razón de que el padre dijo que, y el padre quiere que; e, igualmente, a llevar razón de parte del hijo mayor, que dice y dijo que, o quiere que se haga de esta o de aquella forma. Eso hubiera entorpecido las relaciones. Y no era necesario. Por eso, el mismo padre sale a conversar de tú a tú; sin más, ni más.
            No son necesarios los intermediarios.
            Es de notar, que esa misma característica del viejo, la heredan los dos hijos. La llevan en los genes. Así en el hijo menor, cuando pide la parte de la hacienda que le corresponde (cfr. Lc. 15, 12), no manda delegaciones. Va él mismo y pide, dando la cara. También cuando va a trabajar para no morirse de hambre, después que se le acaba toda la fortuna (cfr. Lc. 15, 15). Y, cuando regresa a la casa, el muchacho tampoco manda delegaciones, ni de paz, ni de negociaciones. Va él mismo. Da la cara (cfr. 15, 17-21). Otro tanto, sucede con el hijo mayor. No crea delegaciones para protestar a través de intermediarios. Protesta él mismo, de manera directa (cfr. 15, 27-32).
            Eso lleva a pensar muy bien de esa familia. Eran frontales. Daban la cara. Además, de sobreentenderse el hecho de la experiencia del diálogo que se vivía en ella. Hay aquí una reminiscencia teológica referida al libro del Génesis, cuando en ese libro se afirma, en afirmación de fe, que dijo Dios: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en  las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gn. 1, 26-27). En una perfecta comunicación frontal. Por eso se da la experiencia del Jardín del Edén. Lo contrario, es lo contrario (la expulsión del Jardín (cfr. Gn. 1, 2), con su respectivo “rechinar de dientes” (cfr. Mt. 8, 12; 13, 42-50; 22, 13 ; 24, 51; 25, 30; Lc. 13, 28).

            ¿No será ese el diálogo teológico que ilumina cada paso del proceso del hombre con Dios? Si es así, entonces, es una maravillosa experiencia de diálogo implícita en la parábola del hijo pródigo, que en ambos casos se da de manera directa, clara (diáfana) y transparente. El hijo menor es el hijo menor. Y el hijo mayor es el hijo mayor. Cada uno conserva su rol. Y el padre es el padre. Sin interferencias, ni conveniencias, más que las que da la experiencia filial y de familia[2]. Lo demás no se da en la lección de la parábola. A este punto y alturas de la parábola, podríamos pensar, como referencia de acción contraria y de intermediarios, las excusas y artimañas del Rey David, en el caso de Urías el Hitita, en relación con toda la historia de huida y de no enfrentamiento y de no dar la cara (2 Samuel 11-12), y de existencia de segundas intenciones, que en el caso de la parábola no se dan; por eso se dan los diálogos en toda ella, por parte del padre con sus dos hijos, en momentos y circunstancias distintas. Podría, también colocarse como intermediarios los defensores de Dios, en el caso del libro de Job (cfr. Carl Jung, Respuesta a Job; Daniel Albarrán, Los zapatos de Job), y que Dios no los había colocado para que lo defendieran; ya que Dios no busca abogados, quedando, por el contrario, muy mal parados (cfr. Jb. 42, 7-9).
            Son muchos los elementos que van surgiendo, sin duda. Así, otro sería que el padre siempre anda solo, y no acompañado. Igual los dos hijos. No dice que andaban en grupos. Andaban solos. Ese elemento parece útil de señalarlo, aunque nos tienta a buscar elementos en la misma Biblia, para comprender más ese detalle, y hacer la diferencia de una acción en grupo, de una acción individual (de la personalidad del grupo, o de la mayoría, y de la personalidad del individuo responsable de sus actos; como la responsabilidad de una influencia de grupo en relación a una decisión despersonalizada por ser la del grupo, que sería como anónima, en cierta manera); pero, quedémonos con la inquietud, por ahora, como referencia de posible contenido teológico (y antropológico, como se dijo, pues no hay separación, según las Encíclicas Redemptor homins, Dives in misericordia, y Dominun et vivificantem).

No dilata en la espera:


            Se desprende, igualmente de la misma parábola, que no deja para después lo que tiene hacer ya. Para el día siguiente, o para otro momento, podría traer graves consecuencias, en un posible distanciamiento en la relación paterno-filial.



[1] Es importante ver el gran aporte de la psicología con el gran descubrimiento fisiológico en el cerebro de la “amígdala cerebral”, como el archivo de todas las emociones. Somos, primero emociones. Somos instintivamente “emocionales” (sistema límbico). Sólo, después de la experiencia emocional, es que somos racionales (inteligencia racional, a través de la neocorteza), (cfr. Daniel Goleman, Inteligencia emocional).
[2] En este sentido, habría que colocar muchos intentos de hacer la separación de religión y fe. Es necesario. La religión sería una invención, como la institución intermediaria de esa relación natural, que ya se da en el hombre por el solo de hecho de ser criatura (cfr. Mahamma Ghandi, Todos los hombres somos hermanos; Daniel Albarrán, Preguntas y respuestas de toda persona inquieta sobre la oración).

El hijo menor


            La actitud del hijo es siempre la misma. Es decidido en lo que hace. Quiere la herencia que le corresponde y habla sobre ella, porque es su derecho. Además, pide adelanto de lo que le toca para irse de la casa.
            Esto nos lleva a descubrir algunas características de su personalidad.

Muchacho decidido:

            Llama la atención el carácter decidido del hijo menor. Tal vez, tendría mucho de rebeldía. El solo hecho de pedir la herencia y de marcharse indican, sin duda, que quería ser independiente. Aquí surgen muchas preguntas y cuestionamientos: ¿Dónde estaba lo malo en quererse independizar de la familia? ¿No podría verse esa manera del muchacho menor, como un comportamiento de madurez, a pesar de todo? En este punto de las preguntas, podría relacionarse el deseo de ser independiente del hijo menor, con la experiencia del éxodo. Si es así, ¿entonces, dónde estaba lo malo, si, más bien, se trataba de seguir un patrón de conducta vivida y experimentada por todo el pueblo, como el hecho de salir?
            Se descubren de inmediato los opuestos, en esta parte de la parábola, por parte del hijo menor: quedarse-salir; obediencia-desobediencia; sumisión-independencia. Y si se aplica lo de la experiencia del éxodo, entonces estaría el siguiente opuesto: esclavitud-liberación, que es la clave misma del éxodo. En su caso, ¿se trataría de una liberación, cosa que implicaba una salida de la casa del padre? ¿No sería eso mismo la experiencia del jardín del Edén, incluyendo la expulsión, como realidad necesaria, por eso el éxodo, como experiencia de liberación y de independencia? Ya existen otros opuestos, desde un comienzo de la misma parábola: hijo menor-hijo mayor; padre-hijo; anciano-muchacho; pedir (en el caso del hijo menor)-no pedir (en el caso del hijo mayor).
En el caso de encontrar parentesco con la experiencia del Jardín del Edén, estaría aplicándose la libertad. Pero con una diferencia en la parábola, y es que el hijo menor no fue expulsado, sino que fue de su iniciativa el partir.

No quería estar sometido:

No solamente se trataría de la libertad, en este caso como consecuencia de la rebeldía. Algo más estaría pasando en la casa. ¿Por qué tendría que irse, si todo, en un supuesto afirmativo, todo estaba bien? ¿No se dice, acaso, que un extremo genera el otro extremo?
Algo no debería andar bien en la casa. El ser el hijo menor, en algo le traía problemas. Tal vez, la eterna y constante comparación con el hijo mayor, que era el modelo a seguir. Tal vez, esa comparación lo tendría al borde, y se vería obligado consigo mismo a no soportar más y a liberarse. ¿No habrá ahí, un paralelismo y parecido con la historia y cuento teológico de Caín y Abel, en donde Abel era el modelo; además, Yahvé, no prefería las ofrendas y sacrificios de Abel, a pesar de que Caín era el mayor? (cfr. Gn. 4, 4-8).
Algo le estaría molestando al hijo menor. Porque si estaba bien en la casa, ¿por qué esa rebeldía? ¿O, es que el hecho de salir y de separarse de la casa del Padre, es ya un hecho natural de independencia en el ser humano, aun teológico, querido por Dios, como en el caso del Adán y Eva en el Jardín del Edén? Entonces tienen razón los judíos de los últimos tiempos al considerar que a Dios hay que superarlo, y además eso le gusta a Dios (cfr. Freud, con la idea del complejo de Edipo; Erich Fromm, en su libro El humanismo judío; y Federico Nietzsche con su libro Así habló Zaratustra, entre otros).

Sabía lo que quería y por eso pidió su herencia:

            Por otro lado, están los siguientes planteamientos: en el caso de que sea viable el relacionar esa salida del muchacho con la experiencia del éxodo, sería posible y exacta la relación diferencial, como es lógico, siempre y cuando el muchacho hubiese invertido lo que le había dado el padre como herencia, para surgir, y ser totalmente independiente; pero no fue así. Ya que lo gastó todo y “derrochó su fortuna viviendo perdidamente” (o, “viviendo como un libertino”, (cfr. Lc. 15,13), como dice la parábola. No invirtió materialmente hablando. No se niega, que a nivel de experiencia personal, con toda seguridad, habría de ser una experiencia grandísima. Por lo menos, pudo comparar y comprender la diferencia de vida, de la de antes, a la de ahora como extranjero y empleado ajeno. Bien dicen que solemos llamar “experiencia” no a otra cosa que a nuestros propios errores (cfr. En uno de los capítulos de la serie de los Simpsons).

Rebelde:

Por los elementos de la propia parábola, sin duda, que el hijo menor, era mala conducta. Por un lado, se atreve a contrariar a su padre; por otro, se va de la casa; después, derrochó todo. Aquí hay que anotar que “pródigo” significa una persona que es generosa y dadivosa, que es disipador, gastador, que desperdicia su hacienda en gastos inútiles (es fácil ser pródigo con la fortuna ajena), que gasta sin moderación. Así, por lo menos, aparece definido en la Enciclopedia Espasa-Calpe[1]. Joachim Jeremías (biblista) y otros autores llaman a esta parábola la “parábola del padre bueno”; Pierre Grelot y Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI), proponen que a esta parábola se le llame la “parábola de los dos hermanos” (cfr. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret, p. 243). Pero si nos dedicamos con mucha atención al estudio de la misma parábola, creo que el título que ostenta esta parábola es el correcto, ya que el que es verdaderamente dadivoso y generoso, en todo el sentido de su significado, no es más que el hijo mayor, con quien sale a conversar el Padre. Lamentablemente, siempre le hemos dado mucha importancia al hijo menor, el rebelde. Y cuando pensamos en el significado de la palabra “pródigo”, pensamos de inmediato en el hijo que regresa arrepentido. Y ahí nos quedamos estancados. Pero si nos mantenemos fieles al evangelio de Lucas, el “pródigo”, el “generoso”, es el hermano mayor, como veremos más adelante (Momento culmen de la parábola, página 52 y siguientes).

Dadivoso (pródigo):

Aquí es donde aparece el otro grupo de los personajes de la parábola. Es el grupo de los amigos con quienes gastó su fortuna el hijo menor, incluyendo las “malas mujeres” (o, prostitutas, según la edición de 1975 de la Biblia de Jerusalén), como dijera el hijo mayor. Es con este grupo que el hijo menor se ha mostrado pródigo; es decir, generoso, dadivoso, gastando lo que era suyo porque era la parte de la herencia, pero que no le había costado, sino al padre.

Echado pa’lante (decidido):

Finalmente, termina cuidando cerdos, cosa abominable para un judío, contrariando aún más el orgullo de la familia y del padre. El hijo al trabajar en tierra extranjera y criando cerdos, completa su rebeldía en contra de la familia. Contraría así a la familia haciendo todo lo contrario del orgullo de su comunidad, aun los preceptos religiosos, que era, entre otras cosas, criar cochinos, animal que no comía. Trabajaba en lo que era abominable para un judío. Esto aumenta y completa la total rebeldía del muchacho hacia su familia y su padre.
Pero es de notar que el muchacho no se cruza de brazos. Busca trabajo y trabaja, aun cuando sea en contra de lo que aprendió en su familia, que era criar cerdos.



[1] En todo el Antiguo Testamento aparecen solo tres veces la palabra “pródigo” (2 Sam. 23, 20 y 1 Cron. 11, 22, referidos a Benaías, pródigo en fuerza y en heroísmo). La tercera aparece en Eclsiástico 16, 11, referido a Dios, pródigo en ira. Y en el Evangelio de San Lucas, en el capítulo 15, cuando habla de la parábola, el titulado aparece como “el hijo perdido y el hijo fiel”, y el subitulado dice “el hijo pródigo” (véase Biblia de Jerusalén, Desclee de Brouwer, Bilbao, 1975).
Quinta conferencia

Práctico y leal consigo mismo:

Es sobre este punto que el muchacho menor recapacita. Punto crucial en su orgullo y dignidad (cfr. Dives in misericordia, 5e-f). Comienza a sentir la añoranza de la casa del padre. Ciertamente, es por causa del hambre. Pero es el hambre lo que le hace recapacitar sobre sus principios y que por conveniencia, le hacen pensar en sus orígenes. Y podría decirse que se pudo haber aplicado la norma de Deuteronomio 23, 18-19, al recordar tal vez, que le decía que: “No llevarás a la casa de Yahvé tu Dios don de prostituta ni salario de perro, sea cual fuere el voto que hayas hecho: porque ambos son abominación para Yahvé tu Dios ”. En ese momento estaría comenzando en el muchacho el auto-encuentro. El volverse sobre sí mismo.

Calculador:

Comienza, entonces, a planificar su regreso.
Se podría estar aplicando a sí mismo el cruel descubrimiento de la verdad expresada en la experiencia sabia de sus mayores y contenida en la catequesis familiar de lo aprendido, por ejemplo en el libro de Eclesiástico 9,6[1], o el libro de los Proverbios 29, 3, donde se aconsejaba, que “el que ama la sabiduría, da alegría a su padre, el que anda con prostitutas, disipa su fortuna”.
Tal vez, en esa experiencia del hambre y de necesidad, vuelve el recuerdo de sus orígenes: de la familia, del templo, de su religión, del hogar, de las tradiciones. Ronda la idea y la decisión del retorno.

Su experiencia de ser hijo:

            Un elemento tenía el muchacho a su favor.
Ese elemento era la certeza del cariño que le tenía el padre. Quizás, por e so era que actuaba como estaba actuando desde un principio. Sabía que el padre tenía su debilidad frente a él: lo amaba, lo quería. Y, quizás, este sería el punto débil del padre; y, a la vez, el punto fuerte del hijo. Se valía de esa realidad. Estaba seguro. Se podría decir que el hijo menor, tal vez, por ser el menor, era el consentido. Y podría decirse, muy a la ligera, por supuesto, que manipularía al papá. El caso es que el muchacho se dice a sí mismo lo que le va a decir al papá cuando regrese: “Padre…”, con la consiguiente parte del discursito que iba a decir para terminar de ablandar el corazón del viejo: “he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.

Diplomático y buen político:

            El muchacho menor, el pródigo, la pensaba muy bien. Todo lo calculaba. Nada lo dejaba al azar. Se las sabía todas, como se dice. Volvía a aparecer su astucia. Le diré “Padre”, dice el texto que se dijo que iba a decir. Y enseguida la segunda parte del chantaje “ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Con la primera confesión y reconocimiento lo ablandaría. Y con la segunda parte, lo chantajearía. El viejo no aguantaría tantas emociones juntas, en un mismo momento. Y remataría, por si la segunda no hiciera el efecto esperado, con la tercera, que sería infalible: “trátame como a uno de tus jornaleros”. Con todos estos tres pases y elementos, el muchacho volvería a ponerse al viejo en la palma de la mano, en caso de que hubiese algún distanciamiento. Pero, estaba seguro que todo le era favorable. Por eso piensa en el regreso y lo planifica todo.
Experiencia de exitoso:
            Todo parece indicar que así era. Por eso el muchacho pide la parte de la herencia. Sabía que se la iban a dar. Tal vez, estaba muy seguro de que el padre no iba a ser capaz de aplicar lo que mandaba la norma del libro de Deuteronomio, de denunciarlo. Quizás, por eso mismo, el muchacho tomó la determinación, igualmente, de regresarse a la casa. Porque sabía que su padre lo iba a recibir. El muchacho menor, tal vez, sabía esa verdad. Por eso actuaba como actuaba, en ambos casos: en la de irse, y en la de regresarse. Podría pensarse también, por otra parte, de las muchas partes que ya tiene en nuestro análisis, en que la salida y la partida del muchacho no fue de mala manera; si no, ¿cómo se explicaría que él pensase mínimamente en regresar y en esperar que lo recibieran? Esta sería una carta bajo la manga que el muchacho tenía. Y se iba a valer de eso para entrar por lo bajito a la casa del padre, con el pretexto de que lo recibiera como un empleado más. Inteligente, sin duda. Por ahí iría poco a poco ganándose a los que trabajarían en la casa, y con posible seguridad, volvería a ganarse al padre… Y ya en esta expresión hay otro opuesto, ya no en la parábola, sino en nuestra manera de presentar lo que se está presentando… posible-seguridad; como diciendo tal vez-pero seguro…

La realidad… la circunstancia: el hambre:

            Queda como en tela de juicio el verdadero arrepentimiento del muchacho. Porque lo que determina la decisión de regresarse a la casa, es el hecho de que está pasando hambre. Así lo dice la parábola: “Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. El arrepentimiento es consecuencia del hambre. Se podría decir, que es más conveniencia y necesidad que dolor de conciencia, que es una de las claves del arrepentimiento.



[1]A prostitutas no te entregues, para no perder tu herencia