La experiencia del Éxodo
(Antropología teológica)
A este punto de nuestro camino, llegamos a una
relación interesante. Porque tenemos que relacionar el hambre que tenía el
muchacho de la parábola, con el hambre del pueblo de Israel, cuando lo del
éxodo (Ex.
16, 2-4). Y no solamente con el caso de
la protesta del pueblo en contra de Moisés, sino también con la experiencia del
árbol del bien y del mal, del que comieron Adán y Eva. Entonces, las preguntas
que nos hacíamos anteriormente, al respecto, cobran sentido y razón. Porque se
ve la relación que existe, de hecho, entre la parábola del hijo pródigo con el
Éxodo, y la experiencia del árbol prohibido.
Esto es una gran sorpresa.
En el caso del éxodo, los israelitas protestan contra
Moisés. Dice el libro del Éxodo, que, “toda la comunidad de los israelitas empezó a murmurar
contra Moisés y Aarón en el desierto. Los israelitas les decían: «¡Ojalá hubiéramos
muerto a manos de Yahvé en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a
las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartarnos! Vosotros nos habéis
traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea.» (Ex. 16,
2-4).
Parece
sarcástico e irónico que hayamos descubierto que lo que origina las ganas de
regresar del hijo menor de la parábola del hijo pródigo, sea el hambre. No
pareciera que fuera un dolor de corazón, o un cargo de conciencia respecto a la
ofensa realizada al padre; sino que, más bien, fuera el dolor producido por el
hambre. Lo de la ofensa al padre, pareciera que es la excusa y el pretexto
justificado para fundamentar el regreso, porque, como dice el texto, fue,
primero y principalmente el hambre. Ya que si del muchacho dependiera, a él “le entraban ganas de llenarse el estómago de
las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer”. La cosa
estaba bien fea para el muchacho. Viene, entonces, la comparación. Y todo
respecto a la comida. No de otra cosa. Así lo dice el texto: “Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí
me muero de hambre”.
En la casa de su padre hay comida de sobra. Estaba
pasando hambre. No es justo. Mejor se regresa. Y se regresa. Y se encuentra una
conexión con la experiencia del Éxodo, definitivamente.
Ahora
bien: ¿dónde está lo malo que así sea; es decir, que sea el hambre lo que
origina y conlleva la toma de decisión de regresar? Si se está cómodo y bien,
no hay necesidad. Mientras que si se carece, se siente la pobreza, la necesidad
y la urgencia. Sobre todo, que se lleva a comparar que antes se estaba mejor.
Y, ¿por qué no regresar? Mas, si se sabe que el cariño es seguro por parte del
padre.
Todo
se daba para poder regresar. Se estaba pasando trabajo y hambre. Antes estaba
mejor. Ahora no se está mejor.
No lo corrieron de la casa. Se fue porque quiso, por
iniciativa propia. El padre no lo botó. Además, es el hijo menor. Con toda
seguridad el consentido. No hay otra que regresar. Y también la excusa se
prestaba para que el regreso fuese un éxito: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme
hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Todo
a favor del regreso. No había que esperar. Lo dice la parábola: “Se puso en camino adonde estaba su padre”.
Una
de las características de su personalidad, es que es decidido. Otra, es que
sabe lo que quiere. Al principio quería la herencia para irse a gastarla.
Ahora, quiere es tener el estómago lleno y no pasar hambre.
¿Estas
dos características del hijo pródigo, no estarán relacionadas con la
experiencia de algunas de las curaciones por parte de Jesús, que nos cuenta el evangelista
San Mateo (20, 29-34), en donde Jesús pregunta a los ciegos de Jericó: “¿Qué queréis que os haga?… Dícenle: Señor,
que se abran nuestros ojos”?
Saber
lo que se quiere es muy importante. El hijo menor estaba muy claro en lo que
quería.
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