Quinta conferencia
Práctico y leal consigo mismo:
Es sobre este punto que el muchacho menor recapacita.
Punto crucial en su orgullo y dignidad (cfr. Dives in misericordia, 5e-f). Comienza a sentir la añoranza de la
casa del padre. Ciertamente, es por causa del hambre. Pero es el hambre lo que
le hace recapacitar sobre sus principios y que por conveniencia, le hacen
pensar en sus orígenes. Y podría decirse que se pudo haber aplicado la norma de
Deuteronomio 23, 18-19, al recordar tal vez, que le decía que: “No llevarás a la casa de Yahvé tu Dios don de
prostituta ni salario de perro, sea cual fuere el voto que hayas hecho: porque
ambos son abominación para Yahvé tu Dios ”. En ese momento estaría comenzando en el muchacho el auto-encuentro.
El volverse sobre sí mismo.
Calculador:
Comienza, entonces, a planificar su regreso.
Se podría estar aplicando a sí mismo el cruel
descubrimiento de la verdad expresada en la experiencia sabia de sus mayores y
contenida en la catequesis familiar de lo aprendido, por ejemplo en el libro de
Eclesiástico 9,6[1], o el libro de los
Proverbios 29, 3, donde se aconsejaba, que “el
que ama la sabiduría, da alegría a su padre, el que anda con prostitutas,
disipa su fortuna”.
Tal vez, en esa experiencia del hambre y de necesidad,
vuelve el recuerdo de sus orígenes: de la familia, del templo, de su religión, del
hogar, de las tradiciones. Ronda la idea y la decisión del retorno.
Su
experiencia de ser hijo:
Un
elemento tenía el muchacho a su favor.
Ese elemento era la certeza del cariño que le tenía el
padre. Quizás, por e so era que actuaba como estaba actuando desde un
principio. Sabía que el padre tenía su debilidad frente a él: lo amaba, lo
quería. Y, quizás, este sería el punto débil del padre; y, a la vez, el punto
fuerte del hijo. Se valía de esa realidad. Estaba seguro. Se podría decir que
el hijo menor, tal vez, por ser el menor, era el consentido. Y podría decirse,
muy a la ligera, por supuesto, que manipularía al papá. El caso es que el
muchacho se dice a sí mismo lo que le va a decir al papá cuando regrese: “Padre…”, con la consiguiente parte del discursito
que iba a decir para terminar de ablandar el corazón del viejo: “he pecado contra el cielo y contra ti; ya no
merezco llamarme hijo tuyo”.
Diplomático y buen político:
El
muchacho menor, el pródigo, la pensaba muy bien. Todo lo calculaba. Nada lo
dejaba al azar. Se las sabía todas, como se dice. Volvía a aparecer su astucia.
Le diré “Padre”, dice el texto que se
dijo que iba a decir. Y enseguida la segunda parte del chantaje “ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Con
la primera confesión y reconocimiento lo ablandaría. Y con la segunda parte, lo
chantajearía. El viejo no aguantaría tantas emociones juntas, en un mismo
momento. Y remataría, por si la segunda no hiciera el efecto esperado, con la
tercera, que sería infalible: “trátame
como a uno de tus jornaleros”. Con todos estos tres pases y elementos, el
muchacho volvería a ponerse al viejo en la palma de la mano, en caso de que
hubiese algún distanciamiento. Pero, estaba seguro que todo le era favorable.
Por eso piensa en el regreso y lo planifica todo.
Experiencia de exitoso:
Todo
parece indicar que así era. Por eso el muchacho pide la parte de la herencia.
Sabía que se la iban a dar. Tal vez, estaba muy seguro de que el padre no iba a
ser capaz de aplicar lo que mandaba la norma del libro de Deuteronomio, de
denunciarlo. Quizás, por eso mismo, el muchacho tomó la determinación,
igualmente, de regresarse a la casa. Porque sabía que su padre lo iba a
recibir. El muchacho menor, tal vez, sabía esa verdad. Por eso actuaba como
actuaba, en ambos casos: en la de irse, y en la de regresarse. Podría pensarse
también, por otra parte, de las muchas partes que ya tiene en nuestro análisis,
en que la salida y la partida del muchacho no fue de mala manera; si no, ¿cómo
se explicaría que él pensase mínimamente en regresar y en esperar que lo
recibieran? Esta sería una carta bajo la manga que el muchacho tenía. Y se iba
a valer de eso para entrar por lo bajito a la casa del padre, con el pretexto
de que lo recibiera como un empleado más. Inteligente, sin duda. Por ahí iría
poco a poco ganándose a los que trabajarían en la casa, y con posible
seguridad, volvería a ganarse al padre… Y ya en esta expresión hay otro
opuesto, ya no en la parábola, sino en nuestra manera de presentar lo que se
está presentando… posible-seguridad; como diciendo tal vez-pero seguro…
La realidad… la circunstancia: el hambre:
Queda
como en tela de juicio el verdadero arrepentimiento del muchacho. Porque lo que
determina la decisión de regresarse a la casa, es el hecho de que está pasando
hambre. Así lo dice la parábola: “Le
entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos;
y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos
jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de
hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a
uno de tus jornaleros”. El arrepentimiento es consecuencia del hambre. Se
podría decir, que es más conveniencia y necesidad que dolor de conciencia, que
es una de las claves del arrepentimiento.
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