viernes, 23 de diciembre de 2016

Quinta conferencia

Práctico y leal consigo mismo:

Es sobre este punto que el muchacho menor recapacita. Punto crucial en su orgullo y dignidad (cfr. Dives in misericordia, 5e-f). Comienza a sentir la añoranza de la casa del padre. Ciertamente, es por causa del hambre. Pero es el hambre lo que le hace recapacitar sobre sus principios y que por conveniencia, le hacen pensar en sus orígenes. Y podría decirse que se pudo haber aplicado la norma de Deuteronomio 23, 18-19, al recordar tal vez, que le decía que: “No llevarás a la casa de Yahvé tu Dios don de prostituta ni salario de perro, sea cual fuere el voto que hayas hecho: porque ambos son abominación para Yahvé tu Dios ”. En ese momento estaría comenzando en el muchacho el auto-encuentro. El volverse sobre sí mismo.

Calculador:

Comienza, entonces, a planificar su regreso.
Se podría estar aplicando a sí mismo el cruel descubrimiento de la verdad expresada en la experiencia sabia de sus mayores y contenida en la catequesis familiar de lo aprendido, por ejemplo en el libro de Eclesiástico 9,6[1], o el libro de los Proverbios 29, 3, donde se aconsejaba, que “el que ama la sabiduría, da alegría a su padre, el que anda con prostitutas, disipa su fortuna”.
Tal vez, en esa experiencia del hambre y de necesidad, vuelve el recuerdo de sus orígenes: de la familia, del templo, de su religión, del hogar, de las tradiciones. Ronda la idea y la decisión del retorno.

Su experiencia de ser hijo:

            Un elemento tenía el muchacho a su favor.
Ese elemento era la certeza del cariño que le tenía el padre. Quizás, por e so era que actuaba como estaba actuando desde un principio. Sabía que el padre tenía su debilidad frente a él: lo amaba, lo quería. Y, quizás, este sería el punto débil del padre; y, a la vez, el punto fuerte del hijo. Se valía de esa realidad. Estaba seguro. Se podría decir que el hijo menor, tal vez, por ser el menor, era el consentido. Y podría decirse, muy a la ligera, por supuesto, que manipularía al papá. El caso es que el muchacho se dice a sí mismo lo que le va a decir al papá cuando regrese: “Padre…”, con la consiguiente parte del discursito que iba a decir para terminar de ablandar el corazón del viejo: “he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.

Diplomático y buen político:

            El muchacho menor, el pródigo, la pensaba muy bien. Todo lo calculaba. Nada lo dejaba al azar. Se las sabía todas, como se dice. Volvía a aparecer su astucia. Le diré “Padre”, dice el texto que se dijo que iba a decir. Y enseguida la segunda parte del chantaje “ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Con la primera confesión y reconocimiento lo ablandaría. Y con la segunda parte, lo chantajearía. El viejo no aguantaría tantas emociones juntas, en un mismo momento. Y remataría, por si la segunda no hiciera el efecto esperado, con la tercera, que sería infalible: “trátame como a uno de tus jornaleros”. Con todos estos tres pases y elementos, el muchacho volvería a ponerse al viejo en la palma de la mano, en caso de que hubiese algún distanciamiento. Pero, estaba seguro que todo le era favorable. Por eso piensa en el regreso y lo planifica todo.
Experiencia de exitoso:
            Todo parece indicar que así era. Por eso el muchacho pide la parte de la herencia. Sabía que se la iban a dar. Tal vez, estaba muy seguro de que el padre no iba a ser capaz de aplicar lo que mandaba la norma del libro de Deuteronomio, de denunciarlo. Quizás, por eso mismo, el muchacho tomó la determinación, igualmente, de regresarse a la casa. Porque sabía que su padre lo iba a recibir. El muchacho menor, tal vez, sabía esa verdad. Por eso actuaba como actuaba, en ambos casos: en la de irse, y en la de regresarse. Podría pensarse también, por otra parte, de las muchas partes que ya tiene en nuestro análisis, en que la salida y la partida del muchacho no fue de mala manera; si no, ¿cómo se explicaría que él pensase mínimamente en regresar y en esperar que lo recibieran? Esta sería una carta bajo la manga que el muchacho tenía. Y se iba a valer de eso para entrar por lo bajito a la casa del padre, con el pretexto de que lo recibiera como un empleado más. Inteligente, sin duda. Por ahí iría poco a poco ganándose a los que trabajarían en la casa, y con posible seguridad, volvería a ganarse al padre… Y ya en esta expresión hay otro opuesto, ya no en la parábola, sino en nuestra manera de presentar lo que se está presentando… posible-seguridad; como diciendo tal vez-pero seguro…

La realidad… la circunstancia: el hambre:

            Queda como en tela de juicio el verdadero arrepentimiento del muchacho. Porque lo que determina la decisión de regresarse a la casa, es el hecho de que está pasando hambre. Así lo dice la parábola: “Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. El arrepentimiento es consecuencia del hambre. Se podría decir, que es más conveniencia y necesidad que dolor de conciencia, que es una de las claves del arrepentimiento.



[1]A prostitutas no te entregues, para no perder tu herencia

No hay comentarios:

Publicar un comentario