viernes, 23 de diciembre de 2016

El regreso



Lo demás se da por sí sólo: “cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”.
            Por lo visto, las cosas salieron mejor de lo que se esperaba. Fiesta y todo por el regreso.
            Un último detalle del regreso a la casa, es que el muchacho no hizo completa la confesión de “arrepentimiento” al papá, al regreso. La parábola dice que el muchacho cuando recapacitó y se dio cuenta de la diferencia suya con la de los empleados de su casa, y que era el hambre, porque esa fue la comparación… el muchacho se hizo esta reflexión para decírsela al papa: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se dan tres elementos interesantes en esa reconsideración de la idea del regreso. Por un lado, había un reconocimiento de haberse equivocado: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”.
Por otra parte, él mismo se imponía una condición, o una especie de castigo: “ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Y por último, pone distancia, o quiere ponerla, en el momento en que se preparó el discurso: “trátame como a uno de tus jornaleros”.
Pero cuando el papá sale, y le da el abrazo y los besos, como que se dio cuenta, que era mejor omitir esa otra parte del discurso que se había preparado.
Esa condición de distancia estaba de más, y no hacía falta. Y, entonces, lo único que le dijo al papa, fue: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Lo de ir a ocupar el puesto como un empleado o jornalero, en ese momento, ya no le era atractivo. Volvía a estar seguro de su punto fuerte, y que, a su vez, era el punto débil del papá: estaba seguro de que lo amaba. Y hasta se podría decir que volvía a aprovecharse.
            Todo le salía bien al hijo menor. Sin duda.
            ¿En cuanto a lo del reconocimiento del hijo de haberse equivocado en “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”, no habrá implícitamente una relación con el dato teológico de Adán y Eva, en el libro del Génesis, en donde Adán no reconoce nada, sino que, por el contrario le echa la culpa a Eva, y Eva, a su vez, a la serpiente… y en donde, en definitiva la culpa es de Dios, que creó todo?
Sin duda que hay alguna relación y referencia a esos datos teológicos, pues no debemos olvidar que toda la Biblia hay que leerla en sentido de Escritura; es decir, en un sentido global y de unidad (cfr. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret, pp. 15, 243-252; Juan Pablo II, Discurso de su santidad el papa Juan Pablo II sobre la interpretación de la Biblia en la Iglesia, Roma, 23 de abril de 1993. Acta Apostolicae Sedis LXXI, Roma, 1979; Pontificia Comisión Bíblica, La Interpretación de la Biblia en la Iglesia, Roma, 15 de abril de 1993).
El hijo menor asume su error, y lo reconoce. Adán y Eva lo evaden y echan culpas a otros (cfr. San Agustín, La ciudad de Dios; también el libro La culpa es de la vaca).
Estos datos son, realmente, interesantes. Muy distinto hubiera sido si el hijo menor comienza a defenderse. Pero en los rasgos de su personalidad no cabe esa característica, pues dijimos que el muchacho era echao pa’lante y decidido.

Otro detalle útil de resaltar es, que el padre no le dice nada al muchacho, ni en reproche, ni en recibimiento. Por supuesto, que el abrazo y los besos lo dicen todo. Pero, en todo caso, solo hay ese detalle como gesto, y no como palabra; a diferencia con el hijo mayor. Y aquí podría estar un elemento subyacente en toda la parábola. 

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