viernes, 23 de diciembre de 2016

La experiencia del Éxodo

(Antropología teológica)
           
A este punto de nuestro camino, llegamos a una relación interesante. Porque tenemos que relacionar el hambre que tenía el muchacho de la parábola, con el hambre del pueblo de Israel, cuando lo del éxodo (Ex. 16, 2-4). Y no solamente con el caso de la protesta del pueblo en contra de Moisés, sino también con la experiencia del árbol del bien y del mal, del que comieron Adán y Eva. Entonces, las preguntas que nos hacíamos anteriormente, al respecto, cobran sentido y razón. Porque se ve la relación que existe, de hecho, entre la parábola del hijo pródigo con el Éxodo, y la experiencia del árbol prohibido.
Esto es una gran sorpresa.
En el caso del éxodo, los israelitas protestan contra Moisés. Dice el libro del Éxodo, que, “toda la comunidad de los israelitas empezó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto. Los israelitas les decían: «¡Ojalá hubiéramos muerto a manos de Yahvé en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartarnos! Vosotros nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea.» (Ex. 16, 2-4).
            Parece sarcástico e irónico que hayamos descubierto que lo que origina las ganas de regresar del hijo menor de la parábola del hijo pródigo, sea el hambre. No pareciera que fuera un dolor de corazón, o un cargo de conciencia respecto a la ofensa realizada al padre; sino que, más bien, fuera el dolor producido por el hambre. Lo de la ofensa al padre, pareciera que es la excusa y el pretexto justificado para fundamentar el regreso, porque, como dice el texto, fue, primero y principalmente el hambre. Ya que si del muchacho dependiera, a él “le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer”. La cosa estaba bien fea para el muchacho. Viene, entonces, la comparación. Y todo respecto a la comida. No de otra cosa. Así lo dice el texto: “Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre”.
En la casa de su padre hay comida de sobra. Estaba pasando hambre. No es justo. Mejor se regresa. Y se regresa. Y se encuentra una conexión con la experiencia del Éxodo, definitivamente.
            Ahora bien: ¿dónde está lo malo que así sea; es decir, que sea el hambre lo que origina y conlleva la toma de decisión de regresar? Si se está cómodo y bien, no hay necesidad. Mientras que si se carece, se siente la pobreza, la necesidad y la urgencia. Sobre todo, que se lleva a comparar que antes se estaba mejor. Y, ¿por qué no regresar? Mas, si se sabe que el cariño es seguro por parte del padre.
            Todo se daba para poder regresar. Se estaba pasando trabajo y hambre. Antes estaba mejor. Ahora no se está mejor.
No lo corrieron de la casa. Se fue porque quiso, por iniciativa propia. El padre no lo botó. Además, es el hijo menor. Con toda seguridad el consentido. No hay otra que regresar. Y también la excusa se prestaba para que el regreso fuese un éxito: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
            Todo a favor del regreso. No había que esperar. Lo dice la parábola: “Se puso en camino adonde estaba su padre”.
            Una de las características de su personalidad, es que es decidido. Otra, es que sabe lo que quiere. Al principio quería la herencia para irse a gastarla. Ahora, quiere es tener el estómago lleno y no pasar hambre.
            ¿Estas dos características del hijo pródigo, no estarán relacionadas con la experiencia de algunas de las curaciones por parte de Jesús, que nos cuenta el evangelista San Mateo (20, 29-34), en donde Jesús pregunta a los ciegos de Jericó: “¿Qué queréis que os haga?… Dícenle: Señor, que se abran nuestros ojos”?

            Saber lo que se quiere es muy importante. El hijo menor estaba muy claro en lo que quería.

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