viernes, 23 de diciembre de 2016

El alegato del hijo mayor


El caso es que el hijo mayor manifiesta su inconformidad con el comportamiento de su padre, en relación al hijo menor, y no quiere entrar a la fiesta. No quiere sumarse en la celebración. Y, entonces, le habla al padre en forma de reproche al marcar distancia, poniendo las cosas en su justo lugar. Le dice, en forma de reproche “ese hijo tuyo”. Como diciendo: “ese si es hijo tuyo; yo no”; “ese es tu consentido”. Suena a reproche. Yo no cuento para ti. Y aquí, aparece en otra forma la misma expresión que Caín usa cuando Dios le pregunta por Abel, según Génesis 4, 8-9: “Caín, dijo a su hermano Abel: «Vamos fuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató. Yahvé dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?”. Se marca la distancia en ambos casos. Porque en ambos casos se trata, igualmente, de progenitura, como de preferencias. Tal vez, la preferencia determinaba la progenitura. Y en ambos casos, se veía una injusticia.
La experiencia bíblica del guardar distancia para hacer la diferencia también se da en el caso de Adán y Eva, cuando después de haber comido del árbol del bien y del mal, Adán se desmarca de Eva y le dice a Dios: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí.” (Gen. 3,9). Ese distanciamiento se repite en la parábola del hijo pródigo.

El reclamo del hijo mayor:

El reproche del hijo mayor puede verse también como una bofetada, no en sentido literal, por supuesto, sino como ofensa o reclamo al propio padre. Podría verse también como si le estuviera diciendo: ese hijo tuyo, que es muy distinto a mí, y que es mala conducta, es así, porque tú lo malcriaste. Por eso es así. Por eso actúa así. Tú eres el culpable. Y podría verse un reclamo y un recordatorio, según se dijo, que podría ser la máxima del libro del Eclesiástico (30, 7-13), al recordarle la sentencia: “Caballo no domado, sale indócil, hijo consentido, sale libertino. Halaga a tu hijo, y te dará sorpresas; juega con él, y te traerá pesares. No rías con él, para no llorar y acabar rechinando de dientes”.
Esa posibilidad comprometía más al padre. Porque, o lo recibía, o no lo recibía. Si no lo recibía, tenía que denunciarlo, según la ley. Y lo amaba, por sobre todo. Consentido o no, era su hijo, el menor. Era mejor recibirlo. Volvía a ganar el hijo menor. Y volvía a perder-ganando el padre. Y con ello, vuelve un opuesto, de lo que es muy común en las Sagradas Escrituras.
Si el padre no lo recibía tenía que denunciarlo. Eso significaría la muerte del hijo y el reconocimiento por parte del padre de haberlo mal criado. Una doble afrenta para el padre. Un doble dolor, entre ellos el fracaso como padre. Era mejor recibirlo. Era mejor hacer una fiesta por su regreso. O sea, era mejor hacer como si el hijo se había ido de viaje sin haber dado problemas en la casa, y hacer fiesta porque había regresado. Así todo quedaba arreglado. Recibe al hijo y queda bien con la sociedad, porque, de lo contrario tiene que reconocer que su hijo menor es mala conducta y mala cabeza. Vuelve el hijo menor a sacar ventaja y vuelve a salir airoso y con las suyas. Inteligente y astuto, sin duda, el muchacho menor. Mucho. Y lo coronan con anillo y sandalias nuevas, para colmos de la contradicción. Como diciendo, para remates de males, en la ironía que ya contiene la viveza y la astucia del hijo menor, en detrimento del derecho burlado del hermano mayor. Como para sacarle en cara al hermano mayor que era clara la burla. Y descarada. Triste y cruel para el hermano mayor.

Restauración de las cosas:

            Un nuevo elemento aparece en el final de la parábola, que es muy bonito y útil de resaltar, a pesar de toda las contrariedades para el hermano mayor. Es el hecho de la afirmación y confirmación del papá hacia el hijo mayor, al decirle: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo”. Con esa afirmación podría considerarse dos cosas: por un lado, que el hijo mayor no haga problemas, porque, si es por la progenitura, él la tiene segura por ser el hijo mayor. Muy bonita confirmación que debería darle mucha seguridad al hijo mayor. Por otra parte, podría considerarse la idea de que ya la herencia está repartida. Es decir, ya el hijo menor se llevó lo suyo; y lo que queda es todo del hijo mayor, porque la herencia había sido repartida cuando el menor había hecho la petición. Había repartido la herencia. A cada uno le había dado lo que correspondía. Y lo que quedaba era del hijo mayor. ¿Dónde estaba el problema que el hermano mayor estaba haciendo, entonces, podría estar diciéndole esas cosas al papá? Como diciéndole: “No seas tontito, muchacho…. Quédate tranquilo, que todo lo tuyo está seguro”. Además, sería una petición por parte del padre al hijo mayor de que comprendiera el aprieto en que se hallaba él como padre, pues no podría denunciar a su hijo menor.
            Esa parte de la parábola es muy tierna y consoladora para el muchacho mayor. Y aquí vuelve a aparecer el personaje de Job, que al final es restituido en todo. Bonito. Hermoso ese descubrimiento implícito de la parábola del hijo pródigo. Entonces, tiene estrecha relación esta parábola con el libro de Job. No se puede negar. Esta confirmación de esa conexión entre Job y el hijo mayor nos entusiasma, porque se estaba presentando esa relación con mucha timidez y temor. Pero no se puede negar que están en la misma conexión. Para alegría en este estudio y análisis.

El recordatorio del Padre:

            Viene la parte final de la parábola. El hermano mayor coloca las cosas en el orden que tenían que estar. Entre “ese hijo tuyo” y él, el hermano mayor, hay una gran diferencia. Por eso marca la distancia. La hay. Entonces, aparece el padre, que ya le ha pedido que “por favor, que entienda que la cosa es muy complicada”, que seda, que acepte al hermano. Por eso le dice: “porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. En esa afirmación del papá, hay ya una petición doble. “Si lo aceptas y lo recibes como tu hermano, me haces un favor a mí”, casi pareciera que le estuviera diciendo. Porque si no lo acepta, hay que explicar que no se fue de viaje de buena manera, sino que era mala conducta; y, entonces, por consecuencia legal, también el padre va a tener que dar cuentas a la justicia de los ancianos del pueblo. Todo dependía del hermano mayor.

El padre depende de la decisión del hijo mayor:

            Ahora, las cosas cambian de perspectiva y de enfoque. Ahora, es el hermano mayor el bueno. Y al decir el bueno, es en todo el sentido de la palabra, aun cuando la primera idea que nos hacemos del hermano mayor es que es egoísta. Pero no. Es el bueno. Por eso “su padre salió e intentaba persuadirlo”, dice la parábola. Ahora bien, ¿A persuadirlo de qué; a convencerlo de qué; a hablar de qué; a pactar qué? Es el colmo. Además de todo lo que se la ha hecho en su perjuicio… Pero, en algo tiene el padre las de perder en esa situación, respecto al hijo mayor. Esto hace ver al padre doblemente comprometido, como se hallaba Dios frente a Job, en su no explicación de por qué lo había puesto en la situación que lo tenía, si Job, era en todo un hombre ejemplar. No está malo ser bueno. Aquí hay que reconsiderar la postura que asumimos frente al hijo mayor, que siempre ha tenido las de perder, frente a la astucia y viveza del hijo menor. Siempre hemos mirado como egoísta al hermano mayor. ¿En verdad, lo era? ¿Dónde está el mal de ser bueno, y el hijo mayor era bueno y fiel, con todo y todo? Igual que en el caso de Job… ¿Dónde está su mal, en la fidelidad? ¿No es, acaso, la fidelidad referida a la relación pueblo escogido-Yahvé; y no era fiel, acaso, Job en su situación, como fiel el hijo mayor de la parábola? ¿Dónde está el mal que se le atribuye al hijo mayor?

El jardín del Edén:


            En esta última parte de la parábola del hijo pródigo hay una reminiscencia bíblico-teológica que es necesario resaltar. Al padre decirle al hijo mayor “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo”, hay implícitamente una conexión con la experiencia del Jardín del Edén, en donde a Adán y a Eva les estaba permitido todo (cfr. Génesis 2, 7-10, 15-17), pero donde existía el recordatorio del árbol prohibido, del que no deberían comer. En este punto de la parábola el padre está haciéndole al hijo un recordatorio, que es teológico: Cuidado, no pases el límite. Cuidado hijo. Todo te está permitido. Eres el dueño, pero párate. Frénate. Eres libre, sin embargo. Por eso, “su padre salió e intentaba persuadirlo”. Y se está repitiendo teológicamente la experiencia bíblica del Jardín del Edén y la experiencia del pecado. A este punto, el hijo mayor estaba en toda la frontera, entre el recordatorio del árbol prohibido y su libertad de escoger. Momento sublime es este el de la parábola. Si es bonito y enternecedor el recibimiento y el abrazo del padre y del hijo menor en el regreso; es sublime el momento del encuentro del padre con el hijo mayor. Por eso dice la parábola que “su padre salió e intentaba persuadirlo”. Ahora le correspondía al hijo mayor decidir. Es entonces, cuando en este momento de la parábola debe irrumpir, pero tipo fanfarria repetitivamente, nada más, la sonata in fuga de Joan Sebastian Bach, o el aleluya de Händel (en el caso de dárnosla de finos y cultos, porque podría un redoblar de tambores y de maracas), porque es el momento culmen y de éxtasis de la parábola del hijo pródigo. Y es para llorar, para enmudecer, porque hemos llegado a lo máximo, como si fuese una pieza musical de esos clásicos que posee la humanidad como patrimonio cultural. Porque es un patrimonio cultural también la parábola del hijo pródigo; es decir, le corresponde a todas las culturas y civilizaciones de todos los tiempos. Por eso es patrimonio.

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