viernes, 23 de diciembre de 2016

El hijo menor


            La actitud del hijo es siempre la misma. Es decidido en lo que hace. Quiere la herencia que le corresponde y habla sobre ella, porque es su derecho. Además, pide adelanto de lo que le toca para irse de la casa.
            Esto nos lleva a descubrir algunas características de su personalidad.

Muchacho decidido:

            Llama la atención el carácter decidido del hijo menor. Tal vez, tendría mucho de rebeldía. El solo hecho de pedir la herencia y de marcharse indican, sin duda, que quería ser independiente. Aquí surgen muchas preguntas y cuestionamientos: ¿Dónde estaba lo malo en quererse independizar de la familia? ¿No podría verse esa manera del muchacho menor, como un comportamiento de madurez, a pesar de todo? En este punto de las preguntas, podría relacionarse el deseo de ser independiente del hijo menor, con la experiencia del éxodo. Si es así, ¿entonces, dónde estaba lo malo, si, más bien, se trataba de seguir un patrón de conducta vivida y experimentada por todo el pueblo, como el hecho de salir?
            Se descubren de inmediato los opuestos, en esta parte de la parábola, por parte del hijo menor: quedarse-salir; obediencia-desobediencia; sumisión-independencia. Y si se aplica lo de la experiencia del éxodo, entonces estaría el siguiente opuesto: esclavitud-liberación, que es la clave misma del éxodo. En su caso, ¿se trataría de una liberación, cosa que implicaba una salida de la casa del padre? ¿No sería eso mismo la experiencia del jardín del Edén, incluyendo la expulsión, como realidad necesaria, por eso el éxodo, como experiencia de liberación y de independencia? Ya existen otros opuestos, desde un comienzo de la misma parábola: hijo menor-hijo mayor; padre-hijo; anciano-muchacho; pedir (en el caso del hijo menor)-no pedir (en el caso del hijo mayor).
En el caso de encontrar parentesco con la experiencia del Jardín del Edén, estaría aplicándose la libertad. Pero con una diferencia en la parábola, y es que el hijo menor no fue expulsado, sino que fue de su iniciativa el partir.

No quería estar sometido:

No solamente se trataría de la libertad, en este caso como consecuencia de la rebeldía. Algo más estaría pasando en la casa. ¿Por qué tendría que irse, si todo, en un supuesto afirmativo, todo estaba bien? ¿No se dice, acaso, que un extremo genera el otro extremo?
Algo no debería andar bien en la casa. El ser el hijo menor, en algo le traía problemas. Tal vez, la eterna y constante comparación con el hijo mayor, que era el modelo a seguir. Tal vez, esa comparación lo tendría al borde, y se vería obligado consigo mismo a no soportar más y a liberarse. ¿No habrá ahí, un paralelismo y parecido con la historia y cuento teológico de Caín y Abel, en donde Abel era el modelo; además, Yahvé, no prefería las ofrendas y sacrificios de Abel, a pesar de que Caín era el mayor? (cfr. Gn. 4, 4-8).
Algo le estaría molestando al hijo menor. Porque si estaba bien en la casa, ¿por qué esa rebeldía? ¿O, es que el hecho de salir y de separarse de la casa del Padre, es ya un hecho natural de independencia en el ser humano, aun teológico, querido por Dios, como en el caso del Adán y Eva en el Jardín del Edén? Entonces tienen razón los judíos de los últimos tiempos al considerar que a Dios hay que superarlo, y además eso le gusta a Dios (cfr. Freud, con la idea del complejo de Edipo; Erich Fromm, en su libro El humanismo judío; y Federico Nietzsche con su libro Así habló Zaratustra, entre otros).

Sabía lo que quería y por eso pidió su herencia:

            Por otro lado, están los siguientes planteamientos: en el caso de que sea viable el relacionar esa salida del muchacho con la experiencia del éxodo, sería posible y exacta la relación diferencial, como es lógico, siempre y cuando el muchacho hubiese invertido lo que le había dado el padre como herencia, para surgir, y ser totalmente independiente; pero no fue así. Ya que lo gastó todo y “derrochó su fortuna viviendo perdidamente” (o, “viviendo como un libertino”, (cfr. Lc. 15,13), como dice la parábola. No invirtió materialmente hablando. No se niega, que a nivel de experiencia personal, con toda seguridad, habría de ser una experiencia grandísima. Por lo menos, pudo comparar y comprender la diferencia de vida, de la de antes, a la de ahora como extranjero y empleado ajeno. Bien dicen que solemos llamar “experiencia” no a otra cosa que a nuestros propios errores (cfr. En uno de los capítulos de la serie de los Simpsons).

Rebelde:

Por los elementos de la propia parábola, sin duda, que el hijo menor, era mala conducta. Por un lado, se atreve a contrariar a su padre; por otro, se va de la casa; después, derrochó todo. Aquí hay que anotar que “pródigo” significa una persona que es generosa y dadivosa, que es disipador, gastador, que desperdicia su hacienda en gastos inútiles (es fácil ser pródigo con la fortuna ajena), que gasta sin moderación. Así, por lo menos, aparece definido en la Enciclopedia Espasa-Calpe[1]. Joachim Jeremías (biblista) y otros autores llaman a esta parábola la “parábola del padre bueno”; Pierre Grelot y Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI), proponen que a esta parábola se le llame la “parábola de los dos hermanos” (cfr. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret, p. 243). Pero si nos dedicamos con mucha atención al estudio de la misma parábola, creo que el título que ostenta esta parábola es el correcto, ya que el que es verdaderamente dadivoso y generoso, en todo el sentido de su significado, no es más que el hijo mayor, con quien sale a conversar el Padre. Lamentablemente, siempre le hemos dado mucha importancia al hijo menor, el rebelde. Y cuando pensamos en el significado de la palabra “pródigo”, pensamos de inmediato en el hijo que regresa arrepentido. Y ahí nos quedamos estancados. Pero si nos mantenemos fieles al evangelio de Lucas, el “pródigo”, el “generoso”, es el hermano mayor, como veremos más adelante (Momento culmen de la parábola, página 52 y siguientes).

Dadivoso (pródigo):

Aquí es donde aparece el otro grupo de los personajes de la parábola. Es el grupo de los amigos con quienes gastó su fortuna el hijo menor, incluyendo las “malas mujeres” (o, prostitutas, según la edición de 1975 de la Biblia de Jerusalén), como dijera el hijo mayor. Es con este grupo que el hijo menor se ha mostrado pródigo; es decir, generoso, dadivoso, gastando lo que era suyo porque era la parte de la herencia, pero que no le había costado, sino al padre.

Echado pa’lante (decidido):

Finalmente, termina cuidando cerdos, cosa abominable para un judío, contrariando aún más el orgullo de la familia y del padre. El hijo al trabajar en tierra extranjera y criando cerdos, completa su rebeldía en contra de la familia. Contraría así a la familia haciendo todo lo contrario del orgullo de su comunidad, aun los preceptos religiosos, que era, entre otras cosas, criar cochinos, animal que no comía. Trabajaba en lo que era abominable para un judío. Esto aumenta y completa la total rebeldía del muchacho hacia su familia y su padre.
Pero es de notar que el muchacho no se cruza de brazos. Busca trabajo y trabaja, aun cuando sea en contra de lo que aprendió en su familia, que era criar cerdos.



[1] En todo el Antiguo Testamento aparecen solo tres veces la palabra “pródigo” (2 Sam. 23, 20 y 1 Cron. 11, 22, referidos a Benaías, pródigo en fuerza y en heroísmo). La tercera aparece en Eclsiástico 16, 11, referido a Dios, pródigo en ira. Y en el Evangelio de San Lucas, en el capítulo 15, cuando habla de la parábola, el titulado aparece como “el hijo perdido y el hijo fiel”, y el subitulado dice “el hijo pródigo” (véase Biblia de Jerusalén, Desclee de Brouwer, Bilbao, 1975).

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